sábado, 11 de junio de 2011

La Leyenda de Ramiro Estrada

LA LEYENDA DE RAMIRO ESTRADA
En el futbol, así como en la vida, no existen las coincidencias; sólo suceden múltiples eventos diseñados y relacionados premeditadamente con el propósito de generar historias, las cuales en su conjunto componen la actualidad en la que nos desenvolvemos. Y en este proceso es indispensable la intervención de los héroes, personas comunes y corrientes que fueron capaces de cambiar su destino, alterando inconscientemente el de los demás.
Todo lo anterior es perfectamente ejemplificado con la leyenda de Ramiro Estrada de Goiti; el héroe de la verde y exótica región de Caraga,  perteneciente al único país asiático de habla-hispana, Filipinas.
Como todo buen mito, se desconoce la fecha exacta en la cual el filipino vio por primera vez la luz del sol. Se dice que fue en 1890, pero es irrelevante.
Cuentan los que le vieron de pequeño, que era un niño inquieto aunque diferente a los demás, pues no encontraba al momento de jugar, la satisfacción completa. Desde infante supo que el placer interno se encontraba en el bienestar de los demás, quizás fue por ello que desde los cinco años colaboró en el trabajo popular, el cual incluía el de su padre Marco: la cosecha del arroz. Eran largas horas de trabajo por muy poco salario; sin embargo, la verdadera felicidad residía en ver que su padre y demás trabajadores se sentían menos presionados con una carga laboral más ligera.
Su inocente infancia se vio interrumpida por los rumores de guerra provenientes de la capital y de la zona del cebú… la revolución anticolonial filipina había estallado.
Durante cerca de dos años la paz se vio pausada; fueron días de incertidumbre para Ramiro y su familia, hasta que el mes de octubre de 1898 trajo consigo dos noticias, una buena y una mala: la buena era que la independencia había llegado a Filipinas, pero la mala fue que había sido a costa de la vida de muchas personas, dentro de las cuales se encontraba don Marco, su padre. Ramiro no tuvo mucho tiempo para llorarle a su progenitor y mentor, ya que al ser el mayor de tres hermanos tuvo que buscar los medios posibles para llevar el sustento al hogar. Continuó trabajando en el cultivo de arroz, probando suerte también en una empresa de ingeniería de montes; y así prosiguió por poco más de 5 años hasta que en una soleada tarde de junio fue testigo de la fundación del Agusán del Sur FA, un club de futbol que mezclaba a los mejores agricultores (dentro de los cuales se encontraba Ramiro) e ingenieros de la localidad, además de 3 españoles peninsulares.
El equipo “rojo” rápidamente comenzó a destacar, pues derrotaba con grandes márgenes de diferencia a escuadras que  contaban ya con casi una década de fundación. Desplegaba un futbol atractivo, alegre y libre de presiones, a diferencia del Manila FA, el equipo adinerado de la capital y campeón siete veces. El destino pronto se encargaría de convertir a ambos clubes en los más antagónicos del país.
Estrada, con el número 3, era el jugador estrella de la ciudad de Agusán, pues además de ser habilidoso en extremo, era el consentido y arropado a sus 14 años de edad.
Pasaron cinco años y el Agusán aún no conseguía un campeonato, sin embargo la posibilidad del oro estaba en vista de todos, y ante tal expectativa los jugadores recibían con estadio lleno y en calidad de favoritos al Manila, en las semifinales del torneo de copa. Podían matar dos pájaros de un tiro: pasar por primera vez a la final mientras disfrutaban eliminando al odiado rival.
La gente había colmado el lugar, presumiendo la ventaja de un gol que habían conseguido en el partido de ida; sin embargo la desgracia volvió a hacer acto de presencia. El equipo visitante sorprendió con un terrible 0-2. Esto, acompañado de una pésima actuación de Ramiro, sellaba el pase manilense a la final de copa. Los aficionados del Agusán estaban desconsolados, agobiados y sorprendidos; sin embargo, la frustración se convirtió en ira cuando sólo una hora después de finalizado el encuentro, vieron salir a su gran referente futbolístico, Ramiro Estrada, acompañado de los inmundos dirigentes del club capitalino, al son de una conversación alegre. Pronto el rumor se convertiría en noticia cuando se confirmaba el traspaso de “la esperanza campesina” al Manila FA.
La desazón y el odio no se hicieron esperar, el héroe se había convertido en villano.
(Puedes robar, mentir o hacer fraude; pero traicionar a tu equipo conlleva el odio de los que te amaban).
Ramiro deseaba que entendieran que era la oportunidad de su vida, de ganar dinero suficiente  como para obsequiarle una existencia digna a su madre y hermanos, y ya si le daba la gana, a toda la comunidad. Pero el daño era irrevocable, el desprecio era inminente.
Pero pasó el tiempo y Estrada de Goiti no defraudaría a sus nuevos poseedores; el estadio, tres veces más grande que el de Agusán, coreaba su nombre cada quince días. Los triunfos venían de par en par y habían logrado el campeonato cinco fechas antes de que culminara la liga. Todo parecía ser miel sobre hojuelas. No obstante, algo no andaba bien con Ramiro. Los goles no le llenaban por completo, ni si quiera los cariños de su nueva y hermosa novia. Era algo que iba más allá de lo superficial, y es que la culpa lo carcomía por dentro; había sido el referente del pueblo por excelencia, el ejemplo de los niños y la inspiración de sus amigos; y lo había cambiado todo por unos pesos…filipinos.
No obstante, en medio de su caos interno, había esperanzas halagüeñas para el futuro: se rumoraba que dos dirigentes europeos realizarían el gran viaje a Filipinas para echar un vistazo al humilde futbolista que había alcanzado fama internacional por sus dotes deportivas incomparables. La cita estaba pactada para el penúltimo partido de la liga contra el Cebú FA, pero los planes divinos no carecerían de creatividad: a Hans Gamper y  su acompañante español se les presentó un contratiempo aéreo y sólo podrían llegar para el último partido de liga que era precisamente contra el acérrimo rival, el ex-equipo de Ramiro, que para variar se encontraba en problemas de descenso.
Agusán del Sur no se había repuesto de la partida de su hijo pródigo y había caído en el peor bache de su historia. En caso de ser derrotados, perderían poco más que un partido, cederían la categoría.
Dicen sus allegados, que la previa al partido, fue la peor semana en la vida de Ramiro. Él se preparaba física y mentalmente para impresionar al dueño y fundador del emergente club catalán, pero la voz interna no lo dejaba en paz. Sus compañeros le aconsejaban que se mentalizara en lo que él sabía hacer y que pensara en su bienestar individual al menos por una vez en su vida. No obstante, él no escuchaba nada y cada tarde se dirigía a la plaza de San José a meditar sobre el partido del sábado; repasaba lo que había vivido en cada club y ciudad; pero sobre todo pensaba en su futuro, sufriendo el choque de conducta interior en el cual el alma y el espíritu disputan entre el hacer lo malo, lo correcto y lo mejor. Y fue así como le llegó el fin de semana. No hace falta mencionar que toda la noche de ese viernes no pudo conciliar el sueño.
A la mañana siguiente no quería levantarse de su cama, se quedó allí hasta el mediodía, dos horas antes del inicio del juego; pero una llamada de su novia capitalina cambió su estado de ánimo, al menos momentáneamente. A través de ese único poder femenino, Estrada fue convencido de dar lo mejor de sí en el partido de su vida, de ser ambicioso y pensar en
trascender.
Ramiro saltó al campo ante la tremenda ovación local, pero repentinamente se encontró con algo que le robaría la concentración por el resto del partido, y era la docena de aficionados rivales que desde una esquina lo miraban como si se lo quisieran comer.
Al silbatazo inicial, pronto tomó la pelota, intentó driblar pero se topó contra fieras que deseaban la permanencia en la división de prominencia.
Corría ya el minuto 70 y el marcador seguía 0-0 con pocas opciones para ambos lados. Fue entones cuando Estrada, que ya portaba el número 10, robó el balón por la banda a un mismo compañero, en un movimiento recortó hacia al centro con pierna cambiada, quitándose a dos en un segundo, se burló al tercero y cuarto con mayor facilidad, se perfiló, disparó… ¡fue un golazo!
Volteó a la tribuna y se topó con la mirada complacida de Gamper, sin embargo al continuar con la vista intercaló miradas con los quince intrusos de rojo, entre los cuales se encontraban Juan, su compañero de trabajo desde la infancia; Gonzalo, el hombre de 60 años, quien fuera el mejor amigo de su padre; y hasta Stephen, el hijo de ingleses que le había enseñado a jugar al futbol. Todos ellos se encontraban al borde de las lágrimas. El odio pasaba a segundo término, sabían que su equipo desaparecería con el descenso, y con esta desaparición, una gran fuente de ingresos para la ciudad se esfumaría.
Ramiro no pudo más, sabía que la situación no andaba bien, recordó su esencia innata y tomó una decisión.                                   
Corría el minuto 89 y los “rojos” del Agusán daban patadas de ahogado. Cubrían a base de pelotazos las carencias técnicas que habían presentado toda la temporada; pero tanto fue el cántaro al agua, que la desconcentración local llegó, el defensa central reventó el balón hacia tiro de esquina.  El portero visitante se incorporó al área rival. Llegó el momento del centro, todos se amotinaron por el balón y hubo jaloneos al por mayor, pero no por parte de Ramiro; él sabía que nadie le ganaba al momento de rematar de cabeza; contaba con un resorteo excepcional. Se elevó, sacándole cerca de veinte centímetros a los delanteros visitantes; remató seco el balón y finalmente logró su objetivo: ¡El balón se incrustaba dentro de las redes!
La afición local había enmudecido y sus compañeros lo miraban confundidos; pero él sólo sonreía. Levantó el pulgar, señalando a la porra visitante sintiendo un peso quitado de encima, había alcanzado la redención.
Los tres minutos restantes se la vivió caminando, hasta el momento del silbatazo final.
Ramiro se despidió entre tomatazos y abucheos, pero se fue contento
como nunca.
Cuenta la leyenda que ya en los vestidores, Gamper felicitó al jugador pueblerino por su gran talento, pero que no podía darse el lujo de reclutar a un jugador tan inconstante para un club tan importante y con miras de expansión como el Barcelona; sin embargo, Paulino Alcántara, compañero de Estrada en la dupla ofensiva del Manila FC, y que había llegado al equipo como ayudante de médico, le había llenado el ojo al suizo a pesar de su débil complexión; dicen por ahí que le fue muy bien en la Península Ibérica… porcentaje perfecto en trescientos cincuenta y siete partidos.
Pero en lo que concierne al ídolo del pueblo, regresó al equipo del que nunca debió salir, no tardó mucho en recuperar la confianza de los habitantes de su tierra natal y jugó como futbolista hasta que sus piernas aguantaron, regresando posteriormente al trabajo de agricultor que le retribuía lo suficiente para mantener feliz a su familia y llevarla cada fin de semana a ver el futbol hasta el día de su muerte. Ese fue Ramiro Estrada, el hijo pródigo que retornó al hogar con un autogol que le valió el perdón y el amor de los suyos, a los cuales nunca volvería a traicionar.